5783 AÑOS DE TIEMPO JUDÍO

 
Por Martha Wolff.

Cuando salga la primera estrella, el próximo 25 de septiembre, en todos los rincones de la tierra, estén donde estén los judíos, tanto los que van al templo como los que no, se trata de una fuerza desconocida que resurge para compartir pasados remotos y cercanos.

 

Celebraremos el final de la creación del mundo y la primera pareja que lo habitó creyendo que alguien superior lo hizo, según los creyentes, o algo así como un cuento lejano o un relato de ciencia ficción para otros, pero lo cierto es que desde hace casi seis milenios, los judíos creemos en ese principio ordenando nuestro tiempo y espacio en un calendario que rige nuestra historia.

 

Cuando los hombres se lanzaron a la aventura de la vida, al ser imperfectos, cometieron errores y siguieron intentado entender dónde estaban y qué hacían. Y así se reprodujeron y  avanzaron hasta hoy, en la que la incertidumbre sigue siendo parte de su ser. Y continuaron en busca de la verdad a pesar de todo. Por eso es importante celebrar las altas fiestas en el el calendario invisible del alma, porque festejar nos ordena para que afloren las dudas y las certezas de nuestros días y sentimientos a la pertenencia judía.

Los que celebran y los que no, cuando escuchan ¡Shaná Tová! o ¡Jatimá Tová!, esos deseos como el shofar despiertan en la memoria activa o pasiva lo compartido en familia y comunidad.

 

Bien sabia es la frase en idish que dice que “la sangre no se hace agua y así el cordón umbilical de la tradición siguió y sigue alimentando a la descendencia”. Más allá de sus voluntades hay una fuerza superior, una historia a la que pertenecen, que los llama a sumarse a recordar y celebrar. Estén donde estén los judíos sienten en sus almas una necesidad de balance, un replanteo, un autoanálisis de su pertenencia, una melancolía de lo vivido en su hogar, del recuerdo de las costumbres practicadas en sus hogares, de palabras, de comidas, de rezos de aquellos ausentes para siempre.

 

Para los que van al templo como los que no, tanto en Rosh Hashaná como en Iom Kipur hay balance, los portones del cielo se abren para todos, está el deseo de ser inscriptos en el Libro de la Vida, que nuestra ética y conducta se sumen a la cuenta de nuestras buenas acciones.

 

¿Quién no tiembla al escuchar el toque del shofar cuando resuena el soplido del cuerno de carnero elevándose al cielo? Todos sienten que es una plegaria en la que a nuestra manera repetimos como reza el Majzor estremecerse nuestras almas ante la incertidumbre del tiempo, y pedimos ayuda para comprender nuestra pequeñez, nuestro deber de ser más humildes y mejores personas.

 

¡Deseo con estas reflexiones qué la manzana con miel que cada uno ritualmente moje para comer neutralice el sabor amargo de la guerra y el odio, y que la paz no sea solo una palabra!

 

¡Shaná Tová Umetuká!