corazón de nuestra ciudad y en el pecho de nuestra comunidad. Los días siguientes fueron ceniza, humareda, muerte, buscar sobrevivientes, hospitales, morgues. La locura terrorista no la escuchábamos sólo en las noticias internacionales. De pronto tenía una silla en la mesa de casa. 

Un par de meses después llegarían los Iamim Noraim, en septiembre de ese año. Pero la comunidad estaba todavía aturdida por el estruendo de la bomba, el duelo de sus muertos y el terror de seguir enviando a nuestros hijos a las escuelas comunitarias.

Fue en ese tiempo en donde inauguramos algo que hoy hemos naturalizado: los pilotes en las puertas de templos y escuelas. Nada más estigmatizante. Nuestra nueva Estrella de David amarilla desde la arquitectura de la ciudad.

Las familias angustiadas y desesperadas querían sacar a sus hijos de las escuelas y dejar de participar en las actividades y deportes de los clubes de la colectividad. El terrorismo había logrado su más perverso objetivo: generar terror no sólo en la calle, sino en la psiquis colectiva.

A la vez, en los Batei Kneset, en las sinagogas, no sabíamos qué sucedería. La histeria colectiva, completamente justificada, nos hacía comenzar a aceptar y entender que nadie vendría a las Tefilot de Iamim Noraim a los templos. Nadie se pondría una kipá y con su talit en la mano iría con sus hijos a una sinagoga de Buenos Aires, dos meses después del 18 de julio del 94’.

Sin embargo, ese año, como nunca antes, las sinagogas se colmaron de almas. Hombres y mujeres de todas las edades, jóvenes y abuelos, familias enteras, llenaron nuestros templos. Para rezar, para cantar, para homenajear, para recordar, pedir y agradecer.

Pero por sobre todas las cosas, para gritar. Para gritar: “AM ISRAEL JAI. EL PUEBLO DE ISRAEL VIVE”.

Las Kehilot, en la diáspora, son nuestro refugio. En la vorágine de los días, tan lejos de nuestra tierra, son nuestro refugio. Un fragmento de nuestro hogar nacional. Son ese espacio sagrado donde nos volvemos a sentir en casa. Aquellos que no vivimos en Israel, cada vez que pisamos nuestros templos y escuelas nos sentimos