(Por Martha Wolff – Periodista y escritora)
Decir Iamim Noraim es decir celebrar nuestra historia. Y celebrar implica haber sido un pueblo antiguo siempre expuesto a la adversidad.
El orgullo de no haber sucumbido a las conquistas militares, políticas y religiosas es maravilloso. Y esa pertenencia hizo posible la continuidad. Pero solo ese derecho a ser judío pleno se debe al Estado de Israel. Ese estado que hoy por las diferentes tendencias ideológicas, dentro del mismo estado y fuera de él, han producido una crisis gubernamental y social in situ y otra comunitaria en la diáspora que ha sacudido a la judeidad mundial.
Aunque siempre hubo divisiones entre la izquierda y la
derecha, la ortodoxia y el laicismo, los israelíes convivieron, a pesar de las diferencias que actualmente se han quebrado.
Los israelíes han demostrado un movimiento de protesta por lo que supieron conseguir. Esas caravanas fueron y son el precio de haber soñado ser libres sin pactos entre ambiciones gubernamentales de dominio que coarten el accionar de la Justicia. Se levantaron y salieron por los caminos con sus banderas y familias a defender por lo que lucharon, un estado para vivir democráticamente a la medida del sueño sionista de un país para todos.
Esa movilización se ha sentido también aquí, dado que vivimos en una comunidad de comunidades, y cada una ha interpretado de acuerdo a sus ideas y fe lo que en Israel está pasando.
Hay una brecha entre los religiosos que todo lo esperan de Adonai y los que esperan del hombre y sus decisiones, y es en ambos casos la tan anhelada paz para cada uno con sus principios de respeto y no dominio del otro.
¡Shaná Tová Umetuká a pesar del sabor amargo de esta crisis!