(Por la Rabina Graciela de Grynberg – Com. Beit Israel)
Rosh Hashaná. Cabeza del año. Comienzo de un nuevo año. En unos días estaremos celebrando Rosh Hashaná, pero, ¿qué celebramos exactamente? Contamos 5784 años desde la creación del mundo y del hombre. Y el primer día de Rosh Hashaná leemos el nacimiento de nuestro segundo patriarca, Itzjak.
Nos preguntamos entonces, si celebramos la creación del mundo, hecho que ocurrió hace 5784, con el nacimiento del primer hombre, de Adam, ¿por qué motivo no leemos el relato de Bereishit, el relato de la creación en este día?
Rosh Hashaná es, según nuestro calendario, el “simbólico aniversario” de la creación. Pero la cuenta no es universal, sino
que es especialmente judía. Leemos el nacimiento de Itzjak, que fue el primer ser humano que nació en el marco de una familia judía.
Abraham, su padre, fue el primer judío, pero él no nació en una familia judía, sino que tuvo que salir de la casa de su padre, siguiendo las palabras de nuestro Creador: “Vete de tu tierra, de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré”, dice la Torá, “y allí tendrás que adoptar una nueva forma de vida y allí verás que hay otra manera de ver, sentir, pensar, actuar y de vivir en este mundo.”
Y siguió a esa voz, y siguió ese nuevo camino. Vivió a través de esos nuevos conceptos, los compartió y los entregó como un legado a las próximas generaciones.
Itzjak, su hijo, en cambio, nació dentro de los valores judíos dado por sus padres. No tuvo que irse en busca de una nueva vida, de nuevas ideas. Tampoco tuvo que esperar como su padre para ser parte del pacto a través del Brit Milá hasta los 99 años.
Él no tuvo que hacer un nuevo camino donde no lo había.