Por Rab Alejandro Avruj
Los Días más Terribles A los días entre Rosh Hashaná y Iom Kipur se los conoce como “Iamim Noraim”, “Los Días Terribles”. Sin embargo, este último año todo cambió. Los días terribles para el pueblo judío fueron los que pasaron desde las últimas fiestas hasta este momento. En el instante en que cerrábamos las Altas […]
A los días entre Rosh Hashaná y Iom Kipur se los conoce como “Iamim Noraim”, “Los Días Terribles”.
Sin embargo, este último año todo cambió.
Los días terribles para el pueblo judío fueron los que pasaron desde las últimas fiestas hasta este momento.
En el instante en que cerrábamos las Altas Fiestas del año pasado, la fiesta más alegre de nuestro calendario, Simjat Torá, se transformó en terror, fuego, incertidumbre, desierto y muerte. Es desde el último Simjat Torá que venimos viviendo días terribles.
A las muertes salvajes del 7 de octubre le siguieron los ruegos por la devolución de cientos de secuestrados. el dolor infinito por cada Jaial caído en combate, la angustia sin fin de miles de familias desplazadas por todo Israel, las constantes amenazas iraníes y el nuevo frente en el norte del país. En este último año debimos asistir a un rebrote dramático de antisemitismo en todo el resto del mundo. Universidades prestigiosas y organizaciones internacionales atacando al sionismo y al Estado de Israel y al corazón de cada judío.
Este último año han sido los Iamim Noraim más largos que hemos vivido. Los Días más terribles.
Mientras escribo esta nota no logro dejar de traer a mi mente los recuerdos de las semanas previas a las Altas Fiestas de hace exactamente 30 años atrás. Agosto de 1994.
En julio del 94’ el tiempo se detuvo. Vuela la AMIA, en el corazón de nuestra ciudad y en el pecho de nuestra comunidad. Los días siguientes fueron ceniza, humareda, muerte, buscar sobrevivientes, hospitales, morgues. La locura terrorista no la escuchábamos sólo en las noticias internacionales. De pronto tenía una silla en la mesa de casa.
Un par de meses después llegarían los Iamim Noraim, en septiembre de ese año. Pero la comunidad estaba todavía aturdida por el estruendo de la bomba, el duelo de sus muertos y el terror de seguir enviando a nuestros hijos a las escuelas comunitarias.
Fue en ese tiempo en donde inauguramos algo que hoy hemos naturalizado: los pilotes en las puertas de templos y escuelas. Nada más estigmatizante. Nuestra nueva Estrella de David amarilla desde la arquitectura de la ciudad.
Las familias angustiadas y desesperadas querían sacar a sus hijos de las escuelas y dejar de participar en las actividades y deportes de los clubes de la colectividad. El terrorismo había logrado su más perverso objetivo: generar terror no sólo en la calle, sino en la psiquis colectiva.
A la vez, en los Batei Kneset, en las sinagogas, no sabíamos qué sucedería. La histeria colectiva, completamente justificada, nos hacía comenzar a aceptar y entender que nadie vendría a las Tefilot de Iamim Noraim a los templos. Nadie se pondría una kipá y con su talit en la mano iría con sus hijos a una sinagoga de Buenos Aires, dos meses después del 18 de julio del 94’.
Sin embargo, ese año, como nunca antes, las sinagogas se colmaron de almas. Hombres y mujeres de todas las edades, jóvenes y abuelos, familias enteras, llenaron nuestros templos. Para rezar, para cantar, para homenajear, para recordar, pedir y agradecer.
Pero por sobre todas las cosas, para gritar. Para gritar: “AM ISRAEL JAI. EL PUEBLO DE ISRAEL VIVE”.
Las Kehilot, en la diáspora, son nuestro refugio. En la vorágine de los días, tan lejos de nuestra tierra, son nuestro refugio. Un fragmento de nuestro hogar nacional. Son ese espacio sagrado donde nos volvemos a sentir en casa. Aquellos que no vivimos en Israel, cada vez que pisamos nuestros templos y escuelas nos sentimos caminando por Ierushalaim. Entrar al Beit Hakneset en Rosh Hashaná se transformó en ese instante en un acto de reivindicación identitaria.
Los Iamim Noraim son mucho más que un acto religioso, trasciende cualquier connotación halájica. Participar con tu gente, de tus tiempos sagrados, en tus refugios espirituales, es un acto que muestra hacia fuera lo que late allí adentro. Es nuestra forma de estar juntos más allá de los kilómetros. Es abrazar a nuestros Jaialim. Es sentirnos enlazados a cada familia en cada rincón de Eretz Israel y del mundo. Es decirle al terrorismo que no tenemos miedo. que seguiremos siendo quienes somos, porque esto es lo que somos. Es decirle al mundo entero que más allá de cualquier nivel de observancia o de fe, somos parte de esta familia. Es volver, otra vez, a casa.
Amigos queridos. Amigos todos.
Este año nos encontraremos en nuestros Templos sagrados con esa misma misión. La de mostrarnos unidos y fieles a una misma historia y a un mismo destino. Los días terribles que vivimos el último año serán una marca de dolor en nuestra historia. Pero los días hermosos que tenemos por delante serán la respuesta creativa y constructiva que sabemos dar, desde hace siglos, al mundo.
Por un año de renovación, de memoria, de sanación, de brajá y de paz.
Shalom al Israel. Shaná Tová uMetuká.